Amor en acción: La esencia del discipulado
¿Te has planteado alguna vez cuál es la relación entre el discipulado y el amor?
Jesús nos invita a seguirlo, a tomar su yugo (de amor) y aprender de él (Mateo 11). Al seguir a Jesús y aprender de él, nos embarcamos en un proceso de transformación espiritual que nos moldea cada vez más en personas llenas de amor. El discipulado cristiano es un camino de transformación en el que el discípulo, al seguir a Jesucristo, se convierte gradualmente en una persona que refleja su imagen.
Pero, ¿qué significa realmente la imagen de Cristo? Se trata de la imagen de aquel que vivió en unión íntima (llena de amor) con el Padre, que, por amor, compartió la vida misma de Dios con los demás y que se entregó total e incondicionalmente por ellos. Como el fruto del Espíritu es el amor, el verdadero discipulado siempre nos transforma en personas que aman a Dios y a los demás (Gálatas 5:22). Es en esa dirección que el Espíritu de Dios nos está guiando, hacia una vida cada vez más amorosa.
Las enseñanzas de Jesús sobre el discipulado y el amor
Según las enseñanzas de Jesús, la esencia del discipulado es el amor. El mandamiento más importante que Jesús nos dejó es amar a Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22: 37-39).
"Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros" (Juan 13:34).
Además, Jesús oró para que sus discípulos fueran uno, como Él y el Padre son uno (Juan 17:11, 21-23). Esta unidad es un reflejo del amor compartido entre el Padre y el Hijo, y Jesús deseaba que sus seguidores experimentaran la misma unidad llena de amor. La unidad de los discípulos en el amor no solo los fortalecería en su misión, sino que también serviría como testimonio al mundo de la verdad del mensaje de Jesús y del amor de Dios.
Por último, en el Sermón del Monte, Jesús enseña a sus discípulos a amar incluso a sus enemigos (Mateo 5:43-48). Estas enseñanzas demuestran que el amor es la característica distintiva de los seguidores de Jesús y la clave para reflejar su imagen.
La vida de los primeros discípulos y el amor
La vida de los primeros discípulos también demuestra cómo el amor fue central en su proceso de discipulado. A medida que ellos adentraban en el discipulado, su relación con Dios se volvió más íntima. Como resultado, experimentaron el amor de Dios de una manera más completa y aprendieron a reflejar ese amor en sus relaciones e interacciones. El amor divino que recibieron de Dios los capacitó para amar a Dios y amar a los demás de una manera más auténtica.
En Hechos 2-6, vemos una comunidad que compartía sus posesiones, oraba los unos por los otros, se ayudaban mutuamente y se reunían para orar y aprender de las enseñanzas de los apóstoles. Este estilo de vida refleja la enseñanza de Jesús sobre el amor y demuestra que el discipulado estaba vinculado a la práctica de amar a Dios y a los demás.
La madurez cristiana y el amor
En su carta a los Gálatas, el apóstol Pablo enseña que el amor es el fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22-23). Según esta declaración, el amor es un indicador clave del crecimiento espiritual y del discipulado genuino. El amor y la obediencia están estrechamente relacionados. No se puede decir que se ama a Jesús sin obedecer sus mandamientos, y la obediencia no debe ser vista como un deber tedioso, sino como una expresión de amor sincero.
Jesús dice: "Si me amas, guardarás mis mandamientos" (Juan 14:15). Esta declaración sugiere que la obediencia a los mandamientos de Jesús es una forma de demostrar el amor hacia él. Para Jesús, el amor verdadero implica la obediencia a sus enseñanzas y su ejemplo de vida. Significa que a medida que crecemos en nuestra relación con Dios y nos sometemos a la dirección del Espíritu, el amor se manifiesta naturalmente en nuestras vidas. Este amor nos impulsa a ser discípulos que aman de manera auténtica y sacrificial.
“El fruto del Espíritu es amor” indica que el proceso de discipulado nos lleva a desarrollar un amor genuino por Dios y los demás. Aprendemos a amar de la misma manera que Dios nos ama a medida que crecemos en nuestra relación con Él. Como resultado, nuestras vidas reflejan cada vez más la imagen de Cristo.
Además, en 1 Corintios 13, Pablo enfatiza el valor del amor en la vida de los discípulos, diciendo que es más valioso que la elocuencia, los dones espirituales o incluso el sacrificio extremo. Debemos hablar la verdad con amor porque nuestras palabras no tienen sentido sin amor y pueden dañar a otros. Todas nuestras acciones y dones espirituales carecen de sentido sin amor.
Una vida llena de amor
George Müller es un ejemplo inspirador de cómo una persona puede crecer en amor al experimentar y entregarse al amor perfecto de Dios. Su vida es como un árbol fuerte que tiene raíces profundas en las aguas del evangelio. Sus ramas se extienden más a medida que sus raíces se adentran más en la realidad de Dios, proporcionando esperanza y compasión a los necesitados.
La íntima relación de George Müller con Dios lo nutría como un árbol que crece en un suelo fértil. Su amor lo impulsó a fundar y administrar orfanatos, brindó educación y apoyo a miles de huérfanos. Lo más notable de estos orfanatos es que Müller confiaba únicamente en la provisión de Dios para satisfacer las necesidades de los niños y su personal, sin hacer campañas de recaudación de fondos. Como resultado, su vida se convirtió en una manifestación vívida del amor de Dios.
La historia de George Müller demuestra que cuanto más conocemos a Dios y nos sumergimos en Su amor, mejor podemos amar a los demás. Su vida ejemplifica el poder transformador del amor divino y del discipulado genuino. Podemos crecer en amor siguiendo su ejemplo, lo que transformará nuestras vidas y las vidas de quienes nos rodean.
El verdadero discipulado implica una transformación en la que nos convertimos en personas que aman a Dios y a los demás, reflejando la imagen de Cristo en nuestras vidas. Esta conexión entre el amor y el crecimiento espiritual se ve en las enseñanzas de Jesús, la vida de los primeros discípulos y el fruto del Espíritu, que es el amor. Como hijos amados de Dios, estamos llamados a amar de la misma manera, y es el amor del Padre derramado en nuestros corazones lo que nos capacita y nos impulsa a vivir una vida de amor (2 Corintios 5:14).
Acerca del autor:
Stanley J. Philippe sirve en Santiago, República Dominicana, como plantador de iglesias transculturales junto con su esposa e hijos. Es pastor en la iglesia comunidad multicultural y ayuda a supervisar una red de iglesias en el Caribe. Su pasión es ver vidas y comunidades transformadas por el poder del Evangelio. Instagram: @stanley_philippe Facebook: Stanley J. Philippe Twitter: @Stanley_Philipp
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